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1 i Mira. Enrique, sólo ti quien tanto quiero y estimo haré este regalo y le dí la orquídea. Qué bella! y iqué rara. Dónde la conseguiste. No te preocupe eso. Sabe únicamente que es desconocida y que su belleza está en su misma fealdad. Muchas gracias, amigo. Te agradezco infinitamente tu regalo. Ah. Oye! Tiene una particularidad que te será muy útil, ya que padeces de desvelos. Sí. Sí. Acostándose debajo, produce un sueño tranquilo, sosegado, un sueño tan profundo como el de la muerte. Me asustas. Con qué tono lo dices. No hagas caso, pero aprovéchate de esa cualidad y buena suerte. Hasta la vista y gracias. Idiós. 1 e Dos días después, al levantarme y mientras tomaba mi café leía El Noticiero. Entre dos gruesas barras negras, en tipo gordo y grande, con ojos espantados leí la noticia de la muerte de Luisa. Tiré un lado el diario, me vestí la carrera y tomando un coche me trasladé la Sabana, donde residía entonces su familia. No cabía duda, un movimiento extraordinario de gentes de todas clases, coronas de flores, carruajes, ta pices blancos de seda, en fin, todo el aparato con que entre nosotros se rodea la Soberana. La Muerte. se había apoderado de aquella morada.
Penetré como un loco en la estancia donde sobre su cama yacía extendida la mujer amada contemplé sus facciones entumecidas, y amoratadas: los ojos casi salían de sus órbitas y la lengua se abría paso por entre los blancos dientes.
Horrorizado me detuve y entonces oh, Dios! un per fume capitoso penetrante, raro, como el de un cadáver embalsamado, me rodeó, y partía de su cuerpo.
Me a balancé sobre la cama, tomé en mis manos la cabeza y contemplé el cuello donde dos huellas profundas y negruzcas trazaban un hondo zurco!
o r 16 e e Pasaron muchas semanas, 110 sé cuantas, durante las cuales los médicos lucharon diariamente contra la muerte, pero al fin triunfó mi juventud. Entonces todo lo supe.
Enrique había regalado Luisa la orquídea y ella la colocó en la ventana de su dormitorio al lado de su cama.
Al principio se creyó en un asesinato; pero se juzgó imposible por las circunstancias que rodeaban ese caso excepcional. La verdad no se averiguó sino cuando pude relatarla.
La extraña orquídea se secó y aún conservo una masa negrusca con hojas retorcidas y dos raíces largaş, blandas y vellosas arrolladas en apretada espiral.
San José, octubre de 1907.
León Fernández Guardia 2729
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