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platillo, mientras el otro se elevaba gradualmente. El reo con ojos de loco miraba obstinado, ora, al platillo que bajaba lentamente. ora, los sacos de dinero que yacíaná sus pies: para él, sólo existía la terrible balanza arriba y el dinero a bajo. con loca ansiedad calculaba en su pensamiento.
Muy pronto quedaron pocos sacos por echar y él seguía demasiado bajo. Miraba con ojos de terror; un tinte livido cubrió su faz. un movimiento más, y no quedaría ninguno en el suelo. Al reo querían saltársele los ojos fuera de las órbitas, sudor frío y pegajoso corría por su frente y temblor convulsivo agitaba su cuerpo haciéndole rechinar los dientes.
Sólo faltaba el último saco. La multitud sugestionada por el terror del reo, sintió ondular en ella una ola de miedo. sentía frio bajo los rayos de un sol de fuego.
Al fin cayó el último saco todos miraron con afán. Ah!
todavía faltaba como media vara para que el platillo del oro bajase al nivel del platillo del hombre. Un sonido inarticulado salió de los labios del infeliz y dos gruesas lágrimas rodaron de sus ojos.
Todos los pechos quedaron suspensos, los pensamientos paralizados; algunos llora ban. El jefe, dominando su emoción, lizo una señal con su espada; un piquete de soldados avanzó hacia el reo mientras otros intentaban bajarlo de la balanza.
En este momento oyóse un gran rumor. la muchedumbre se agito impetuosamente, echándose un lado con rapidez. Es la esposa. gritaban unos.
Viene salvarlo. decían otros. Trae más dinero! vociferaban algunos.
De pronto, una mujer rompió el cuadro de los soldados, corriendo jadeante. Suelta la negra y hermosa cabellera, que le cubría en parte el rostro, arrastraba un pesado saco sucio de lodo. Sin mirar nadie, llegóse la balanza: se inclinó al suelo y con fuerza nerviosa levantó el saco en alto y lo tiró en el platillo del dinero, que bajó rápidamente mucho más abajo que el ocupado por el reo.
Luego ella se volvió a su esposo; retiró sus cabellos hacia atrás para descubrir el rostro: lo miró con altivez: sus ojos brillantes por la fiebre, resaltaban como dos negros diamantes de dolor en la ardiente palidez de su faz.
Los dos se contemplaron. Ella como respondiendo a una pregunta, le dijo. Lo ama ba. era dichosa con su amor. y como debo pagar esta dicha a la conciencia te doy la vida con oro; para conseguirlo he vendido mis caricias. Estamos en paz! Pero como no quiero sobrevivir al que fué muerto por mí, y para castigarme por darte la vida ti, su matador, me quitaré la mía. Volvióse la multitud, erguida en su alta estatura, dominándola con la arrogancia de su mirada, repitió con sublime firmeza. Lo amaba! Hizo un ademán de desafío y exclainó. El que esté sin pecado, que me arroje la primera piedra. Buscó algo entre los pliegues del vestido. un reflejo acerado brillo en su mano y rápida como el mismo pensamiento, hundió el cuchillo hasta el mango en su pecho. se sostuvo un segundo en pie, siempre mirando todos con supremo desdén.
La sangre subió a sus labios, y sin un gemido, cayó pesadamente al pie de la balanza, de cara al sol, en un mar de sangre. Todo esto fué ejecutado tan prontamente, que el pueblo y los soldados estupefactos, no habían podido detenerla.
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