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Alocución pronunciada por el Licdo. don Ernesto Martin en la velada que se verificó el de noviembre de 1907, en el Teatro Nacional, a beneficio de las victimas de las inundaciones en España, SERORAS SEÑORES: Hace apenas un mes vinimos este mismo sitio celebrar una de las fechas augustas de la Historia; y cuando todavía parecen vibrar en el ambiente los ecos de aquella simpática fiesta, nos congregamos de nuevo, no ya para cantar la aventura prodigiosa por virtud de la cual un nuevo mundo surgió de las inmensidades del océano, sino para ofrecer tributo de amor en sus desgracias a la invicta tierra que con las joyas de su Reina y la sangre de sus hijos, generosamente esparcida con prodigalidad de heroísmos que ha constelado de gloria los anales de la humanidad, pobló de naciones las vastas latitudes de la América.
Honrado con el encargo de abrir esta velada, saludo reverente la bandera de España, tantas veces desplegada en campos de victoria, y rindo mis homenajes al pueblo español, cuyas épicas grandezas y trágicas convulsiones han inmortalizado en el recuerdo de las edades la personalidad de nuestra raza, esculpiendo su nombre en los bronces eternos de la Fama.
Codiciada por hermosa; por su tierra exuberante, que dos mares acarician con la esmeralda de sus aguas; por su cielo diáfano, que todo lo borda con encajes de luz, que bruñe las montañas y colora los horizontes en una perpetua fiesta de matices; por su clima, tibio y perfumado como el aliento de Flora. pugna de gigantes ha sido la vida de España desde que en Covadonga amasó, hace doce siglos, los cimientos de su nacionalidad, lasta que en lucha con el más aguerrido de los ejércitos del mundo, haciendo un castillo de cada casa, una fortaleza de cada barrio, un león de cada bombre, una heroína de cada mujer, realizando todos los días un milagro de supremo patriotismo, arrancó hace cien años, de las manos omnipotentes del vencedor de Europa, el cetro de su inmortal soberanía.
No mi tosca palabra. al arte que fecunda y ennoblece los yermos de la vida; cuya lira tiene cuerdas para todas las vibraciones del sentimiento y de la idea: que canta el ensueño de amor, inflamando las almas con su fiebre deliciosa, y los empeños de la voluntad, sometiendo nuestro fuero las rebeldes energías de la naturaleza; que trenza guirnaldas para velar piadosamente los infortunios de los hombres y teje laureles para coronar sus victorias; al arte bienhechor que ilumina las inteligencias y levanta los corazones, envolviéndolos en el éter inefable de lo ideal, hemos encomendado el homenaje que Costa Rica tributa, con honda, sincera devoción, su Madre dolorosamente atribulada, cuyas tristezas y alegrías son alegrías y tristezas que decoran de gala cresponan de duelo el modesto solar costarricense.
Heraldo obscuro de la solemnidad que va a empezar, saludo reverente la bandera de España.
He dicho.
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