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Al través del arroyo Una tarde de radiante sol y crepúsculos hermosos, en que uno de los parques se encontraba de fiesta, confundida entre los elegantes sombreros de las damas el crugir de la ruidosa seda, caminaba tristemente, con inseguro paso, una pobre niña que contaba lo sumo hasta con 14 años, pálida, muy pálida, cuya palidez demostraba que era víctima de la más negra de las miserias, de los más crueles sufrimientos. Así lo deja ban ver sus negros ojos grandes, pero apagados, como los ojos de la Magdalena redenta en el supremo instante de su beatificación De pronto se detiene junto a uno de los poyos del parque, y dirigiéndose un elegante caballero, con marcada timidez, prorrumpe. Joven. me laría la caridad de comprarme estas flores, para la más linda de las mujeres, que es amada?
Miróla el caballero con indiferencia y respondió. Sigue tu camino. No interrumpas.
Pero ella no hizo caso, y volvió a decir, temblándole la voz. Mi madre no ha comido; está enferma y me da pena pedir limosna.
El joven, conmov ido acaso, arrojóle una moneda, y, con voz despreciativa, la despidió, dando nerviosos golpes con su bastón de puño vuelto sobre el duro pavimento de piedra de granito.
La niña no hizo caso de aquella brusquedad, y fuese apresuradamente no sin pensar en la dicha de los que allí se solazaban y en la desgracia de ella, que a cada paso la obligaba poner su rostro en vergüenza. Pero de súbito, como reanimada por un mágico fulgor, pensaba y se decía: Ellos son felices, ciertamente, mas yo también lo soy, porque yo podré ahora dar mi madre de comer. Habrá fuego en mi casa. Habrá pan. apretaba el puño temerosa de que el dinero se le escapara de la mano. la mente de la apacible virgencita acudían miles de ideas.
Creía haber forjado su ventura, y con justa razón, porque con la venta de las flores, creía haber hecho dichosa su pobre madre en aquel momento de angustia, en que el hambre y el desamparo, hincaban el colmillo en su desolada y entenebricida vivienda.
Jadeante y llena de alegría llega por fin su casa, el negro casuchón donde su madre la esperaba, entra corriendo y grita. Mamá! iMama! nadie responde. En el oscuro rincón de la cocina se adivinaba un bulto informe cubierto por hara pos. Aquel bulto era el cadáver de su madre. Había muerto de hambre! 1 s 1 c Carlos Poce San José, novieinbre de 1907.
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